4 dic 2009

Monólogo: El cine y yo

El otro día, por primera vez en mucho tiempo, volví al cine. Y anda que no ha cambiado ni nada desde la última vez que fui yo… ahora es en color y todo…
Y aunque parezca fácil ir al cine, no lo es. Primero, tienes que tirarte varios días pensándote a ver que película vas a ver, el horario que te venga mejor, si hay muchas entradas para esa película… eso si no ocurre que, cuando ya te has decidido por una película, vas y encuentras otra que te parece mejor, repites el proceso y encuentras otra aun mejor… para cuando te decides, ya han quitado todas esas películas de cartelera.
Una vez has conseguido decidirte por la película, toca ir al cine, lógicamente. E ir al cine es como ir al paro: sabes que vas a tener que hacer cola. Cola para las entradas, cola para las palomitas, cola para el baño… te tiras tanto tiempo haciendo cola que acabas con complejo de fábrica de pegamento. Y encima, cuando llegas al mostrador, se te ha olvidado que película querías ver, lo cual provoca que mientras tu miras los monitores con los nombres de la película, como esperando a que venga a ti milagrosamente la respuesta, detrás de ti empieza a formarse una cola bestial de gente, que, a su vez, tardaran tanto en llegar al mostrador que se les habrá olvidado también la película a la que querían ver. Es un bucle continuo, por eso siempre hay gente haciendo cola en los cines.
Cuando ya has recordado que película era la que querías (o la gente que hacia cola detrás de ti te ha obligado a escoger una si no quieres perder las piernas) y sacado las entradas, sales de la cola, radiante de felicidad… y te pones en la otra cola, en la de las palomitas. Por lo menos esta cola es entretenida, por que te puedes entretener observando a las palomitas saltar alegremente en la maquinita esa que tienen, que debe de ser un castillo hinchable para palomitas o algo así, por que tu miras, y siempre hay palomitas saltando.
Tras un buen rato de cola, obtienes tus palomitas, y tienes mas o menos como unos 30 segundos para salir corriendo, entregar la entrada, buscar la sala que es, entrar, buscar tu butaca, e instalarte, por que claro, no quieres perderte ni los anuncios. Lo de los anuncios es muy curioso, por que en el cine pasa al revés que en televisión: cuando estas en el cine, quieres verlos todos, mientras que en casa, en cuanto ves que pasan a publicidad, ya estas buscando algo mejor que hacer. también es verdad que esto es en parte debido a que en los cines no se puede hacer zapping… pero hemos de dar gracias, por que si no seria un descontrol, imagínense, están ustedes, con sus sobrinos, viendo “Barbie en el lago de los cisnes”… y viene algún señor que se aburre, pilla el mando, y pone una película porno. La traumatizacion para los niños es evidente. O peor: pone Telecinco. Entonces ya los sobrinos se te quedan traumatizados de por vida.
Bueno, empiezan los anuncios, y tu aprovechas ese tiempo para colocarte a gusto en la butaca, ponerte las palomitas en el regazo, el refresco en el apoyabrazos… y cuando piensas que estas en el mejor sitio, y que nada te puede molestar, notas un golpe en la espalda. Te giras, y ves a un niño con cara de “te voy a amargar la película”. Ustedes se preguntaran como es cara de “te voy a amargar la película”. Pues, para que sea ilustrativo, es lo que se conoce también como cara de cabron: ojos entrecerrados, sonrisilla de ser superior, y aparente sordera frente a tus quejas. Bueno, no pasa nada, te dices a ti mismo en un intento de autoconvencimiento, quizás el chico haya dado un golpecito sin querer. El primer golpecito puede ser sin querer. El segundo, puede habértelo dado al estirar las piernas inconscientemente por que se le han dormido. El tercero ya es sospechoso. Cuando el chaval te esta redoblando en el respaldo de la butaca con las dos piernas, ya es a mala ostia. Así que te levantas, y le pides con muchísima educación que se este quieto:
-¿Quieres parar de una vez, niño de las narices? (Por no mencionar atributos masculinos mas bajos, que estamos en horario infantil)
A lo cual, el niño responderá… repiqueteando aun mas fuerte en el asiento mientras sus padres le ignoran olímpicamente. Refunfuñando en todos los idiomas que te sabes, vuelves a sentarte y te dispones a ver los anuncios… cuando resulta que ya han terminado y que ha empezado la peli. El niñito te ha dejado sin anuncios. Así se le atragante una palomita y se quede con voz de pito in eternum.
Llega pues la película en si, el momento mas esperado por que es cuando toca comer palomitas, beber, y aislarte del mundo. Te colocas cómodamente, intentando olvidarte del niño… y se sienta a tu lado una señora que se abre el bolso, saca un puñado de caramelitos de estos que van envueltos en plastiquillo, y se pone a abrirlos de la forma mas ruidosa que puede, creando un ruido mezcla entre una pizarra siendo arañada, un gato atropellado, y tu mismo cantando en la ducha. Sin embargo, gracias a esta señora, pasa algo muy bonito: todos los que estáis en el cine, incluido el niño cabron, os unís a una para realizar el mismo gesto: os lleváis el dedo a los labios, y decís
-Chisssst…
Parecéis serpientes cascabel andando, pero no, se supone que ese “Chissst”, significa “Señora, estése quieta con los caramelitos”. Pero la señora, que ignora la traducción, piensa que habéis dicho algo como “Mira esa señora, que arte tiene para abrir el caramelillo”, y se pone a hacer mas ruido aun mientras mira ilusionada al resto de la gente como esperando que le aplaudan o algo. Y claro, ¿Qué haces? Antes, podías quejarte al acomodador, pero ahora, aparte del publico, lo único que hay en el cine son esa especie de cojines de plástico incómodos que se encajan en las butacas para que los niños pequeños lleguen a ver bien a la butaca. Así que o le arreas con el cacharro a la señora… o juegas al tenis con los caramelos.
Cuando por fin a la señora se le acaban los caramelitos (y no sabes muy bien para que los quiere, puesto que se ha dejado la dentadura postiza en casa), te dispones por fin a ver la película… y se te sienta enfrente una señora con un peinado estilo Marge Simpson, que hace que la pantalla desaparezca de tu campo visual. Mientras te preguntas cuantos años de cárcel te podrían caer si asesinas a sangre fría a todo el publico, miras a tu alrededor buscando alguna butaca vacía sin gente delante. Durante un momento, te planteas sentarte encima de la señora de los caramelitos, y así le preguntas si le queda alguno para tirarselo a lo lejos. Al no encontrar ninguna butaca, pasas a la segunda opción: cortarle el pelo a la intrusa. Mas radical, pero oye, que no hubiese metido los dedos en el enchufe, que mira como se le ha quedado el pelo. Pero claro, dentro de un cine no hay tijeras, así que acabas metiendo la cabeza dentro del pelo de la señora y asomando por el otro lado en plan alíen, que te falta decir “¡Aquí esta Jack!”, y por fin ves la película a gusto.
Llega el final de la película, y empiezan los créditos. Y aquí pasa algo que a mi me fastidia mucho: en mitad de los créditos… ¡te abren las puertas y te encienden las luces a plena potencia! Es como si dijesen “hala, ya habéis visto la parte que nos interesaba, id desalojando el cine, rapidito y sin mirar atrás”.
Pero a ti te gusta mirar los créditos, así que te quedas en tu butaca intentando descifrar algo en la pantalla a la que le esta dando toda la luz de lleno. Pero no eres el único que se ha quedado: el niño que aspira a ser tamborilero de mayor sigue ahí, decidido a dejarte sin espalda antes de que te de tiempo a irte del cine. Esta tan obstinado a ello, que creo que si sales corriendo del cine y te montas en tu coche, se montara contigo y empezara a pegarte patadas en el asiento. A un amigo mío, un niño de estos lo siguió hasta casa. Aun lo tiene todavía, y desde que lo tiene, no ha vuelto a pagar un duro de luz: lo sentó en una bicicleta estática conectada a la instalación general, y con las pataditas del niño a los pedales, genera energía suficiente para hacer funcionar la casa a pleno rendimiento. Y además, es un excelente perro guardián: lo pone en la puerta, y los ladrones no se atreven ni a acercarse.
-¿Entramos a robar en esta casa?
-Quita, quita, que es peligroso… me han contado que tienen un niño cabron, y sabes que yo estoy mal de la espalda.
Así que ya saben, amigos: si van al cine, vayan con cuatro horas de antelación para poder hacer cola. Lleven una sierra mecánica para poder cercenarle las piernas al niño. Y durante el rodaje de este monologo no fue dañada ninguna butaca de cine.
¡Buenas noches!

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