25 mar 2011

Monólogo: Juguetes que nunca quise

Hoy voy a hablar de un tema divertido, para variar.

Quiero hablar de algo que nos ha entretenido a todos en nuestra juventud, compañeros fieles de aventuras en la vida. No, no estoy hablando de las revistas porno, me estoy refiriendo ni más ni menos que a los juguetes.

Los juguetes, por si alguien acaba de despertarse de un coma de 300 años (que ya de por sí tiene merito) y no lo recuerda, son esos pequeños chismes de mil diversos usos que tienden a romperse en cuanto los usas mas de una vez.

En concreto, hoy quiero hablar de juguetes inútiles, juguetes cuya razón de existir es un completo misterio para mi, y probablemente para su inventor también, si no hubiese estado borracho el día que se le ocurrió inventarlos.

Empezaré por el que para mí es el más desconcertante: el hulahop desmontable. Ese aro que va por piezas, y que teóricamente sirve para moverlo en la cintura como si fueses una bailarina de la danza del vientre (llamada así porque su precursor fue Falete, que otra cosa no, pero vientre tiene de sobra) y dar giros por ahí como quien no quiere la cosa, pero la realidad es bien distinta.

Tu montabas el arito, te lo pasabas por la cintura, empezabas a girar como si te hubieses sentado sin pantalones en mitad de un hormiguero de hormigas caníbales… y al primer remeneo eso se desmonta y se queda hecho un montón de piezas otra vez, que te dan ganas de volver a meterlo en la caja y guardarlo en un armario porque ya ha cumplido el ciclo de la vida.

Pero no, como a ti a cabezón no te gana nadie, vuelves a montarlo, lo aprietas bien, te aseguras de que no quede ningún resquicio suelto… y en cuanto le sueltas una mano para pasártelo por la cabeza, se abre.

— ¡Nada, no pasa nada!—

Le pones un poquito de celo (vulgo esa cosa transparente que pega, comúnmente conocida aquí en Murcia como fixo) en las partes que se unen, y hala, ya eres feliz. Eres feliz exactamente el tiempo que tarda en partirse otra vez, tiempo en el que a ti te da tiempo de cagarte en todos y cada uno de los empleados de Mattel.

No te esfuerces, hipotético amigo mío. Aunque le eches Superglue, ese aro va a seguir partiéndose, está programado para ello, es como Terminator pero de plástico del malo. Eso si, arde que te cagas. Dejo a tu imaginación lo que puedes hacer para vengarte.

Otro juguete que yo nunca he terminado de entender del todo es la comba. Quizás el hecho de ser inútil integral me ha causado un ligero rechazo hacia este juguete, pero sigo sin encontrarle la diversión a algo que básicamente consiste en pegarte latigazos en el culo con una cuerda.

¿Que no es así? Pues yo no conseguía hacer otra cosa… ya lo comenté en el monólogo sobre las clases de gimnasia (busquen un poquito, no se lo voy a dar todo hecho), así que no me explayare mas en eso.

Otro juguete que no soporto: los yo-yos. El yo-yo básicamente es un juguete pensado para los niños a los que sus padres no les dejan comprarse un perro.

En serio, es como un cachorrito pero en deforme, y hace más o menos el mismo caso. Tu pilla un perro, átale una correa agarrandole solo con un dedo, deja que corra y tira de la correa para atrás con el dedo, verás que caso te hace. Pues con el yo-yo lo mismo. Además, tiene una frustración interna, y es que si eres bajito como yo, antes de que te de tiempo a levantar la mano para arriba ya se la ha pegado contra el suelo. Yo tenía un yo-yo musical que al girar te deleitaba con una bonita y repetitiva música en plan politono de psicópata. Se llevó tantas leches que acabó formándose un remix:

"Piripi, piriPUNCHpiriPUNCHPUNCH piriririPUNCHpiririnch..."

Eso si, me saqué una pasta vendiéndoselo a los de una marca de atún para la banda sonora de sus anuncios.

Otro juguete que no es de mi gusto personal es la peonza.

Tamaña aberración solo puede ser pensada por una mente malvada y maquiavélica. La de Leonardo Dantes, por lo menos.

La peonza consiste básicamente en un cacho de madera con forma de testículo con una punta en… eso, en la punta, y una cuerdecita que teóricamente sirve para que el testículo se vuelva bailarín. Los cojones, nunca mejor dicho.

Mira que lo he intentado veces, pero nunca he sido capaz de hacer bailar la puñetera peonza. Aun recuerdo la ultima vez que lo intenté, con ocho años. Estaba yo felizmente en la calle con mi peonza nueva, rodeado de vecinos que si que sabían lanzarla y que querían presenciar mi bautizo de… ¿como se llama al lanzador de peonzas? ¿Peonzari? Bueno, eso. Empecé a pasar la cuerda, y venga vueltas, y venga vueltas, y venga vueltas, que me mutilé el dedo del propio roce y tuve que injertarme una salchicha frankfurt, y una vez está la peonza atada y la cuerda mas apretada que Falete en una 38, llegó el momento de lanzarla. Lo único que recuerdo de ese día es estar en un juzgado y que un señor leyese "Se le acusan los cargos de asesinato múltiple por contusiones, perforación, destrozar varios cristales, escándalo publico al rasgarse el pantalón con la cuerda..."

No recuerdo como salí de allí. Me parece que sacando un 6 en el dado.

Otro absurdo entre absurdos: el parchís. Me parece un juego horrible, asqueroso, nauseabundo, digno de destrucción, ¡a la hoguera el parchís! ¡Y su inventor! ¡Y los que juegan! ¡Todos al fuego!

(El autor informa que el párrafo anterior está escrito bajo enajenación mental transitoria provocada por trauma infantil al ser daltónico y que no ha de ser tomada como prueba en ningún tribunal. En caso de duda, consulte a su tanatopractor más cercano.)

5 mar 2011

Me abro (no, de piernas no)

Como me siento mitad inspirado mitad egocentrico, he ahi con una lista de detallitos mios, para que se la cotice mi club de fans. Reconocedlo, me adorais.
  • Tengo como 75.000 manías. Ni Monk, oye.
  • La principal es mi ritual a la hora de dormir: primero me quito las gafas, luego el reloj, me echo un trago de agua, miro la hora, y luego ya apago. No puedo apagar la luz hasta no haberlo hecho todo. En caso de interrupción del proceso, vuelvo a empezar desde el principio.
  • Le tengo especial cariño a un rizo situado en la parte inferior izquierda de la parte de atras de la cabeza, detrás de la oreja. Cuando me estreso, rizarmelo es mi forma de tranquilizarme, y ultimamente también me viene bien para inspirarme. Cuando me corto el pelo, lo dejo clarito: el rizo no se toca.
  • Nadie me ha visto enfadado de verdad. Nunca. Me prohibo a mi mismo enfadarme en presencia de gente. Y para internet lo mismo: si estoy con el Messenger o en Twitter, nunca muestro mi enfado así esté con ganas de mandarlo todo a la mierda. Ayuda mucho a evitar problemas.
  • Tiendo a mantener discusiones conmigo mismo. Es mi particular forma mental de desahogar tensiones.
  • No se muy bien por qué, pero cuando me enfado conmigo mismo (soy con quien mas veces me enfado, no me respeto nada) me insulto en segunda persona. La bipolaridad, supongo.
  • Soy timido y cobarde sin igual. Salvo excepciones, al conocer a alguien puedo tirarme hasta media hora cortado sin atreverme a abrir la boca siquiera.
Y por el momento no se me ocurren mas cosas, soy tan triste que ni para criticarme valgo... ya si eso edito luego.