24 may 2010

Monólogo: Playa

El otro día, después de mucho tiempo, estuve en la playa. Y hay que ver como ha cambiado la cosa… ahora hay arena y todo. La ultima vez que fui, solo recuerdo una marabunta de sombrillas, mochilas, neveras, mesas, sillas plegables, toallas, gente que corría detrás de una gorra a la que se la llevaba el viento, y algún que otro cadáver de alguien que había intentado llegar al agua pero había perecido en el intento, probablemente aplastado por una paellera.
Nada mas llegar a la playa, hay que comenzar lo que yo llamo “maniobra de desembarque”. Una persona normal lo llamaría “Vamos a dejar las cosas en la arena, que pesan”. Y claro, cuando solo llevas una mochilita y la toalla, pues es fácil. Pero cuando sois treinta y dos y lleváis siete neveras, cuatro maletas hasta los topes de cosas, la colchoneta y el balón de ‘Nivea’, un cocodrilo inflable, toallas como para secar todo el mar a base de echarlas al agua, y a tres niños pequeños que nada mas llegar se tiran al agua con la ropa y arrastrando al abuelo, que los llevaba de la mano para que no se perdiesen, pues como que la cosa se complica un poco. (Que pedazo mano tiene que tener el abuelo para poder llevar a los tres a la vez, ¿no?)
Una vez instalado el camping de Pin y Pon en la arena, llega la hora de clavar la sombrilla. Parece fácil, ¿no? Clavas el palitroque, abres la sombrilla, y hala, adiós al riesgo de morir abrasado. Pues no. Tú clavas la sombrilla en la arena. La arena, lógicamente, no le hace gracia que le claves nada, y hace que la sombrilla se caiga para atrás. Vuelves a clavarla, con más fuerza, y la abres. En ese momento, el viento, que es muy cabrón y esta aliado con la arena, sopla a todo lo que puede provocando que la sombrilla se caiga otra vez. Tu vuelves a clavarla, con toda la fuerza que tienes… y tienes que desclavarla y asomarte al agujero para pedirle perdón al chino al que le clavado la sombrilla en el ojo. Una vez la sombrilla clavada, decides buscar piedras que sirvan de contrapeso y hagan que se quede donde esta. Vale. Encontrar una piedra gorda en la playa es como encontrar a Falete desfilando en Cibeles. Tras descartar cinco piedras demasiado pequeñas y algo que creías que era una piedra pero resulta ser la cabeza de uno de los niños, a los que los otros están enterrando con arena, decides poner las mochilas haciendo peso. Y a los cinco minutos tienes que quitarlas para sacar de dentro el almuerzo de los niños, un puñao de bolsas de patatas fritas, almendras, agua como para fabricarte tu propia playa, gorritas para todos, el bastón del abuelo… tu ves todo eso y lo primero que haces es asomarte dentro y gritar
-¡Hola, Doraemon!
Una vez has conseguido que la sombrilla no vaya en busca de Mary Poppins y el campamento base este bien establecido, llega el momento de echarse cremita para no acabar más rojo que el cangrejo de ‘La Sirenita’. Y claro, a ver como le dices a los torbellinos que tienes por hijos/sobrinos/nietos/rehenes, que tienen que dejar de intentar ahogar a su hermano para echarse crema. Es como si les dijeses que vas a raparlos al cero con cera caliente: empiezan a correr y no paran hasta encontrarse con el chino de antes, que les dice que recuerdos a ti y a tu santa madre.
Llega el momento de inflar el cocodrilo para que los niños jueguen. Tu abres el pitorrito, empiezas a soplar, soplas, soplas, soplas, soplas, soplas, soplas, soplas… y cuando llevas una media hora soplando y ves que lo único que se ha inflado ha sido una de las patas del cocodrilo, te planteas comprarles un cocodrilo de verdad, que esos ya vienen inflados y no se pinchan. Pero como hay que ser buena gente, sigues soplando… y cuando ya prácticamente has conseguido hincharlo del todo, oyes a alguien gritar desde un chiringuito cercano
-¡Ya esta la paella!
Cuando oyes ese grito, sabes que el final de tu vida esta cerca. Y lo sabes por que empiezas a verlo todo a cámara lenta: tus niños saliendo del agua
-¡El ultimo se come una medusa!
El abuelo intentando levantarse de la arena
-¿Abdien ha visdto mi dentgaduga?
Tu mujer llamándote a grito pelao
-¡Pepe, que se enfría la paellaaaaa!
El chino asomándose por el agujero
-¿Paella? ¡Lica, lica!
Y segundos más tarde eres aplastado por una multitud de personas que se dirigen hacia el chiringuito como si estuviese dentro el mismísimo Georgie Dann. Bueno, miento: si dentro del chiringuito estuviese Georgie Dann, no entraría ni dios.
Después de conseguir desclavarte de la arena y escupir la zapatilla que alguien se ha dejado en tu boca al pisarte, vas a comer. Y al volver, tienes que hacer una de las cosas más difíciles que existen en la vida: convencer a tus hijos/nietos/sobrinos/rehenes de que no pueden bañarse hasta dentro de dos horas.
-¡Que no! ¡Que si os bañáis recién comidos os puede dar un corte de digestión, o un calambre, os vais al fondo, y os come un tiburón!
Y mientras piensas *a ver quien es el tiburón que se acerca a estos… acaba como mi padre, buscando los dientes debajo del agua*
Al final, decides dejar que se bañen, y como ya no te queda na que perder en la vida, decides bañarte tú también, a ver si te encuentras un tiburón y te ayuda a inflar el cocodrilo. Tu te metes poquito a poco, despacito, mojándote los brazos y la tripa para ir acostumbrándote al agua… y de repente te viene una ola tamaño “King Size” que te moja a ti, moja la arena, moja al abuelo (al que se le vuelve a caer la dentadura del susto), y se cuela por el agujero de la sombrilla haciendo que el chino de repente se encuentre flotando entre zapatillas.
Mientras intentas despegarte el pulpo que se te ha quedado enganchado en la cabeza, y que se parece sorprendentemente a uno de tus hijos, ves que a lo lejos hay gente en barcas de vela, y como se lo están pasando bien, cojes a los niños y les dices
-¡Venga, niños, vamos a pillar un barquito!
Minutos mas tarde, estas explicándole al que alquila las barcas como su barco ha acabado hundiéndose después de que los niños decidiesen comprobar la resistencia del mismo pegándose cabezazos contra el suelo. Y claro, tienes que pagarle, pero como entre la sombrilla, las mochilas, la comida, y la indemnización que has tenido que pagarle al chino, no te queda un duro… acabas regalándole el cocodrilo. ¡Buenas noches!

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