2 mar 2010

Monólogo: Clases de gimnasia

Antes de empezar, quiero pedir disculpas por no haber publicado el monólogo ayer. Lo tenia ya terminado y todo, pero por causas ajenas a mi voluntad, y por que no quiero que me partan la cara, he tenido que escribir otro. Dicho esto, espero que lo disfruten. Hoy voy a hablar de un tema polémico, de lo que habla la gente de hoy en día a todas horas, el quid de la cuestión… voy a hablar de las clases de gimnasia. Las clases de gimnasia son uno de los inventos mas absurdos de los institutos, junto a las puertas cuyas verjas tienen forma de cuadrado, que eso es un escalón para los que quieran fugarse… a este paso acabaran poniendo unas escaleras mecánicas directamente. Lo lógico seria dejar la puerta abierta, pero en los institutos no hay lógica. Hay clases, señores con bigote, señoras con bigote, empanadillas… pero lógica no. Centrémonos que me pierdo, yo andaba hablando de las clases. Las clases de gimnasia son lo más parecido a una tortura que he podido vivir yo en mis años de estudiante. Hay dos variantes: clases de gimnasia con profe cabrón y clases de gimnasia con profe muy cabrón. Esto es así: cuando te metes a profe de gimnasia te vuelves un cabrón. Yo me imagino ahí, el primer día de curso, el profesor reunido con el director. -así que va a ser usted nuestro nuevo profesor de gimnasia… ¿y que modalidad prefiere, cabrón o muy cabrón? -Yo muy cabrón, que vengo ya con mala leche acumulada de casa. ¿No tienen alguna modalidad más alta? -Si, esta súper cabrón, pero esa esta reservada para el profesor de Matemáticas. En clase de gimnasia, principalmente, se hacen dos cosas: correr y sudar. Correr empiezas a correr desde el primer momento por que, por arte y gracia del arquitecto, el gimnasio esta en la otra punta de donde estas tu. Y claro, como no es cosa de darle mala impresión al profesor el primer día, pues empiezas los 100 metros lisos por el patio, esquivando gente, columnas, árboles y demás, hasta llegar al gimnasio. Localizas la puerta, sigues corriendo enfilado, centras la puerta, aumentas la velocidad, te preparas para dar los buenos días nada mas entrar… ¡PUMBA! Y lo que te das es un ostión contra la puerta, que esta cerrada por que el profesor la cierra al llegar y quien se quede fuera, pues se ha quedado fuera, mira tú por donde. Y ahí te quedas, con la nariz aplastada, que pareces Belén Esteban antes de la operación, y no te queda mas remedio que llamar a la puerta y esperar que te abran, como si fueses un niño pidiendo para los pobres. Y la respuesta es la misma: no te hace caso ni dios. Al ratito de estar llamando descubres que han salido del gimnasio y están dando vueltas alrededor de la pista de futbol. Al principio piensas “¿Qué se les ha perdido que llevan tanto tiempo buscándolo?” pero al rato caes que están haciendo ejercicio, y te incorporas al trencito como puedes. Pero el profesor cabrón te ve, y, en venganza, saca el silbatito ese de arbitro que tienen todos los profes de gimnasia y se pone a soplar a una velocidad que parece la chimenea de un tren de verdad, te dan ganas de gritar “¡Revisor, se me ha perdido el billete!”. Pero no, resulta que los pitidos son para que corráis más rápido… y más… y más… y más… cuando ya habéis superado la barrera del sonido y estáis haciendo que la Tierra gire para el lado que no es de tantas vueltas, el cabrón deja de pitar, por lo que el primero de la fila se detiene. Y entonces se oye algo como esto: “Pi, pi, pi, pi, pi, pi, pi, pi… ¡Pum, ay, pum, ay, pum, ay, pum, ay!” Y es que lógicamente, cuando el primero de la fila para, los de detrás van chocando. Es lo que se conoce como efecto “Primero que se para, ostión que te metes” Mientras esperáis a que la Tierra se recupere de tantas vueltas, el cabrón os manda hacer flexiones. Estupendo, no teníamos bastante con marear La Tierra que ahora también queremos aplastarla. Y luego nos quejaremos cuando se acabe el mundo, normal, si tiene que estar hasta los huevos de nosotros. Así que os ponéis en el suelo cual soldados heridos, y empezáis a flexionar. O a intentarlo, por que tu te quedas ahí en el suelo y que no hay quien te levante. Intentas despegar, haces un ruidito que suena a “Claclacla” y vuelves a caerte al suelo. Mientras, el resto de la clase las hace a una velocidad que flipas, y el profe cabrón te esta mirando con cara de “¿A que saco el silbato?” Cuando has conseguido hacer flexiones (o flexión, en singular), toca saltar a la comba. Flipa. ¿Qué va a ser lo siguiente? ¿Jugar al corro de la patata? Eso por lo menos se me da bien… Pero nada, el cabrón esta empeñado en que hay que saltar a la comba, y hay que saltar. Así que saca del almacén cuerdas de las que usaban antes para fustigar a los que se portaban mal (de hecho, en alguna cuerda hay restos de sangre todavía) y la echas para atrás. La cuerda se te engancha en el cuello. Te la quitas. Te desolla la oreja. Al volver a echarla para atrás, te pegas un latigazo tu solo en las posaderas. La echas para adelante y te dispones a saltar. La cuerda hace el “efecto Boomerang”, va para adelante, pero en vez de ir para el suelo, vuelve hacia a ti y te da en la cara. Te cagas en la madre que parió al inventor de la cuerda. La tiras. La cuerda le da al cabrón en un ojo. Ya no te mira con cara de “¿A que saco el silbato?” si no con cara de “¿Crees que podré ponerme el silbato en el hueco que me has dejado en el ojo y silbar al pestañear?” Como esta visto que tú solo no te aclaras con la cuerda, el cabrón hace que dos muevan la cuerda pegándole latigazos al suelo para que tú saltes. Parece fácil, ¿verdad? Esperas a que los chavales cojan una velocidad considerable, te metes en ese torbellino mortal que han montado, saltas… la cuerda se va para arriba y te pega un latigazo en salva sea la parte que te deja impotente para lo que te queda de vida. Eso si, el salto lo pegas: pegas tal bote que alcanzas a ver Australia a lo lejos, y un canguro te saluda y grita “¡Mira, mami, papi esta en España!” Ajeno a tu dolor, el cabrón os manda ahora intentar bailar un hulahop. Para quien no sepa lo que es, diré que es un aro de plástico afilado que si haces un mal movimiento te parte en dos. Tu cojes el arito, te lo pasas por el cuerpo hasta la cintura, empiezas a mover las caderas como si bailases el Asereje… ¡y te sale bien! Confiado, empiezas a coger mas velocidad… te descontrolas, y ya se ha liado. ¿Os acordáis del Demonio de Tasmania cuando se volvía un remolino que arrasaba con todo? Pues tu igual: ya no llevas el aro, el aro te lleva a ti dando vueltas por toda la pista, que vas rajando el suelo y todo mientras giras. Afortunadamente, al llegar a la canasta de baloncesto, la partes con el aro, se te cae encima, parte el aro y dejas de girar. Y de andar, por que el palo de la canasta te ha chafado un pie. ¡Pa que luego digan que el deporte es sano! Al final, el cabrón decide que ya has sufrido bastante por hoy y que es hora de irse a casa. Eso si: antes de irte saca el silbato y pega tal pitido que estas oyéndolo el resto de tu vida. ¡Buenas noches!
PD: Este monólogo va dedicado a un gran profesor de gimnasia que yo tuve cuando era joven y que era de los mejores profesores que he tenido. Se que es totalmente improbable que lea esto, pero por si acaso, un saludo, Don Pepe.

No hay comentarios:

Publicar un comentario