18 ene 2010

Monólogo: Ser escritor

Si hay un trabajo difícil en la vida, no es el de probador de montañas rusas, ni el de científico loco (o cuerdo, cada científico con sus gustos), ni siquiera el de publico profesional en programa del corazón. El trabajo mas difícil y exasperante es el de escritor.
Todo empieza un buen día, cuando te despiertas y el primer pensamiento que cruza tu mente es “¡Quiero ser escritor!”. Vamos, que igual otro día te despiertas pensando “¡Quiero ser termo fresador atómico!” y otro día directamente ni te despiertas… esta es la opción mas recomendable, por que así no tienes por que pensar en el futuro. Por que no vas a tener futuro, principalmente.
Después de ese pensamiento principal, te asalta una duda: ¿sobre que escribo? Aquí, querido lector, es cuando te recomiendo volver a la cama y desechar la idea de ser escritor, por que si no, te pasaras los próximos dos años, tres meses y diecisiete días (toma exactitud) calentándote la cabeza sobre que tema podrías aprovechar para escribir. Y una de las pegas es que todo lo que se te ocurra, ya lo habrá escrito alguien. Tu te vas ahí a Google, metes “Libro apareamiento focas cuando se les acerca un foco”, y te salen 15.000 resultados. Metes “Libro biográfico sobre el pingüino manchado que se alimenta únicamente de jamón”. 20.530 resultados. Ya desesperado, escribes “Libro sobre explosión nuclear en la que las empanadillas cobran vida, se vuelven gigantes y arrasan con el mundo”. 12.000 resultados, y encima tiene película, álbum de cromos y dos Oscar. Te quedas pensando “joder, ¿Qué se fumo este tío para escribir eso? Y mas importante aun… ¿Dónde puedo comprar un poco?”
Sin embargo, aquí he de hacer un inciso para decir que escribir fumado no es bueno. Tú te sientas delante del ordenador, con un colocon de narices, y empiezas a escribir cosas. En tu mente, habrás escrito algo como esto:
“Oh, exuberante princesa que paseaba por los campos mientras el sol recalcaba su bello rostro y sus dorados cabellos se mecían por la suave brisa mientras los pequeños animalillos se le quedaban observando, prendidos de su dulzura”
Bonito, ¿verdad? Pero en realidad habrás escrito algo como esto:
“Pues esto es una que iba por ahí… ¿o era por aquí? ¿O por allá? Bueno, que iba… y hacia un sol de cojones, que estaba la tronca medio derretida, y encima haciendo la gilipollas, dando saltitos en plan Heidi, y se le movía el pelucón que flipas, por que fijo que llevaba peluca, por que el pelo natural no se mueve al no ser que seas heavy… bueno, que iba la tronca esta… joder, ya no me acuerdo por donde iba. ¿Ande me he dejao el porro? Ah, aquí, al lado del ratón… Susanita tiene un ratón, un ratón chiquitín… ¿soy el único que esta viendo cucarachas flotar alrededor de la pantalla?”
Como ven, hay una pequeña diferencia… aunque hay gente que escribe ese tipo de cosas sin necesidad de ir fumaos. Creo que la gente normal los llama “monologuistas”
Bueno, cuando ya has encontrado un tema de tu gusto para escribir, tienes que ponerte a ello. Y aquí es cuando regresamos a nuestra tierna infancia, por que cada vez que tenemos que ponernos a escribir, nos da pereza, y hacemos cuando éramos pequeños. Miramos al ordenador, nos escondemos debajo de las sabanas de la cama, y decimos “Cinco minutitos mas…”
Si conseguimos superar la pereza (lo cual ya da pereza de por si) empezaremos a escribir. Al principio iremos lanzados, las palabras brotaran por doquier de nuestros deditos, que se moverán gráciles por las teclas de nuestro ordenador como si de un patinador se tratase. Sin embargo, llegara el momento en el que la inspiración nos falle, se nos vaya al lado oscuro (del cual ya hable en una ocasión), y nos quedemos mirando la pantalla del ordenador sin saber que hacer. Nuestros dedos ya no son patinadores moviéndose gracilmente por una calle, son gusanos a los que se les ha perdido la manzana. ¿Qué hacemos cuando la inspiración se nos va? Tenemos tres opciones:
La primera es resignarnos, apagar el ordenador e irnos de cañas. Esta es la más divertida, pero tiene como contra que seguramente, si se nos ocurre algo, al emborracharnos lo olvidaremos. Solo apta para gente con buena memoria o que lleve una libretita encima.
La segunda es olvidarnos del puñetero libro e irnos de cañas. Aun más divertida y con menos riesgos, por que no tendremos que preocuparnos de que se nos olvide nada que no sea nuestra dirección (o la de nuestra madre).
Y la última es ponernos a escribir otra cosa. Esta es la que seleccione yo, que de lo que iba a ser un libro sobre el fin del mundo acabe sacando un monólogo de tres paginas. El principal riesgo que tiene esta es que igual cuando empezamos a escribir algo nuevo, se nos ocurre una idea buenísima para el anterior. Borramos todo, empezamos de 0… y la idea buenísima se nos habrá olvidado. Que te quedas con cara de “Joder, ¡espérate! Ponme un post-it o algo, o avisa de que solo estas de paso y me ahorro borrarlo todo”
Al cabo de un tiempo, si no han muerto en el intento o han tirado en el ordenador por la ventana, su libro estará terminado. Ahora toca editarlo. Editarlo es eso en el que tu vas a varias editoriales, llevas tu librito encuadernado, con una portada con tipografía gótica e ilustraciones en sepia, se lo das al editor… y el lo usa para limpiarse la próxima vez que vaya al baño. Al principio te parecerá ofensivo. Cuando ya lo hayan hecho todas las editoriales del país, te plantearas vender tu libro como papel higiénico. Si al perro de ScoochBrite le funciono, ¿Por qué a ti no?
Sin embargo, a veces los milagros existen, y una editorial decide que tu libro es mínimamente interesante y lo van a editar. En este punto pensaras “¡bien! ¡por fin me voy a forrar!” ay, iluso… entre la pasta que se queda la editorial, la pasta que se queda Hacienda, y la pasta que le tienes que dar a tus amigos para sobornarles y que te compren en libro… acabas arruinándote y teniendo que mendigar por las esquinas. Eso si, con el consuelo de que para las editoriales, tu libro era un papel higiénico excelente. ¡Buenas noches!

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