1 dic 2010

Monólogo: Que se nos acaba el año

ADVERTENCIA:
-Este monólogo fue escrito bajo una sobredosis de villancicos.
-No lo lea si se estresa facilmente.
-En caso de duda, consulte a Papa Noel.

Hoy, viendo la fecha en la que estamos, es prácticamente obligado que hable de uno de los temas mas controvertidos de todos. Los que sean débiles de espíritu, por favor, abandonen el post. La puerta se abre hacia fuera. Gracias.

Como decía, hoy tengo que hablar de algo que puede destrozaros todas las ilusiones en un momento, algo que depara el destino de la vida, algo que tiene más preparación que la llegada del hombre a la Luna. Estamos hablando de Año Nuevo y más concretamente, de Nochevieja.

Cuando es Navidad todo es bonito, todo es colorido, andamos a saltitos por las calles a ritmo del ‘Ay del chiquirritín’ sin importarnos si nos llevamos a alguien por delante, vemos a ancianos de setenta-y-doscientos años jugar al Limbo con el bastón y hacer campeonatos de a ver quien lanza mas lejos la dentadura postiza, gente disfrazada de Papa Noel queda atrapada dentro de chimeneas… todo felicidad.

Pero según se va acercando Nochevieja, la histeria empieza a embargar al personal. Todo deja de ser bonito y colorido. Ya no andamos a saltitos por las calles, si no que corremos a toda ostia porque nos cierran el súper, los ancianos se recogen en los asilos por miedo a ser arrollados por algún carrito de la compra sin escrúpulos, y sigue habiendo gente atrapada en las chimeneas porque con el estrés a la familia se les ha olvidado que está ahí.

El principal aliciente de Nochevieja es la cena familiar, ese momento en el que piíllas a toda tu familia y los invitas a cenar. Podría parecer que es porque es un bonito momento para compartir con la familia, pero nada más lejos de la realidad. En realidad en Nochevieja se lleva a la familia para lucirla. Tu estas cenando con tu madre y tus tres hermanos mientras en la tele emiten por septuagésima quinta vez un especial de los mejores momentos de Los Morancos, y ves por la ventana que en casa de tu vecino de enfrente son ocho. ¿Cómo va a tener el vecino mas familia que tu? Nada, no pasa nada, telefonazo a tus tres primas de Albacete, que están invitadas también. Hala, ya sois ocho. Pero te vuelves a asomar y ves que a casa de tu vecino sigue llegando gente, que ya piensas:

-Joder, está teniendo más audiencia este tío que los Morancos-

Pero nada, no pasa nada, telefonazo a tus abuelos, a tus sobrinos, a tus suegros, a los suegros de tus suegros, a Manolo, el de la pescadería, que sus hijos se han ido a la Puerta del Sol y esta solo, así que lo invitas también, total, si es para hacer bulto…

Y cuando os plantáis setenta y ocho personas en casa, ves que tu vecino y su circo familiar han salido a cenar al patio. La tensión del momento te impide ver que son las 11 y media, no habéis cenado todavía, esta nevando, y hay -5º, ¡tu tienes que ser mejor del vecino!

Así que pillas a tus setenta y ocho personas (y a Manolo, el de la pescadería) y los sacas a tu patio. Cuando tienes un patio grande como el de tu vecino, pues todavía. Pero tu patio tiene exactamente la misma medida que una caja de zapatos. Rompiendo varias leyes de la física, y gracias a un envicie tremendo al Tetris en tu juventud, consigues colocar a la setenta y ocho personas (y a Manolo, el de la pescadería) y vais a empezar a cenar porque son menos cuarto. Y cuando os disponéis a hacerlo, ves que tu vecino ha montado un campeonato de villancicos para entretener a la familia. ¿Vas a permitir que te arrase musicalmente? Una leñe. Arriba orquesta, que hay que cantar. ¿Y que cantamos? ‘Ay del chiquirritín’ no, que tu hermano es muy bajito y se ofende, ‘Campana sobre campana’ tampoco, que entonces tu sobrino se pone a gritar porque en el colegio le han dicho que no pueden haber tantas campanas una encima de otra sin que se caigan. ¿’El portal de Belén’? Tampoco, porque entonces tu suegra, doña Belén, te pega un guantazo por hablar de su portal. ¿’Los peces en el río’? No, que a Manolo, el de la pescadería, le entra morriña por que echa de menos a sus lubinas y se pone a llorar.

Acabáis cantando la sintonía de ‘Las Tres Mellizas’. Vale, no es navideño, pero a originales no os gana nadie. Eso si, durante el concierto, te emocionas tanto que le arrancas una pata a la silla y la usas como batuta para dirigir la orquesta con tan mala suerte que le arreas un batutazo a doña Belén dejándola grogui total. No pasa nada, Manolo, el de la pescadería, la reanima, que tiene experiencia en despertar a los arenques.

En ese momento, miras a casa de tu vecino y ves que no hay nadie. ¡Victoria! Han visto que no tenían nada que hacer contra ti y han huido. Y cuando crees que eres el ser supremo navideño, oyes desde dentro un tañido.

-¡Ostia, tu, las campanadas!

Y ahí pierdes la noción del espacio y del tiempo, solo puedes ver a setenta y ocho personas (y a Manolo, el de la pescadería) intentando entrar por una puerta a la vez mientras oyes cosas como “¡Tonto el ultimo!, ¡Dominguero!, ¡Pescadero tenias que ser!, ¡A la yaya se le ha caído la pata de palo! ¡Pues que la use como mondadientes!”.

Al final no habéis cenado, os habéis perdido las campanadas, no os habéis tomado las uvas… una noche idónea, vamos.

Y aquí he de hacer un inciso. ¿Por qué tenemos tanto miedo a no tomarnos las uvas? ¿Qué pensamos que va a pasar? ¿Qué nos va a venir alguien y nos va a decir…?

-Oye, siento ser yo quien te de la noticia, pero… se ha escapado tu perro, te han robado el coche, te han embargado la casa, y toda tu familia ha muerto en un desgraciado accidente mientras venían a decirte que eres adoptado…

-¡Joder! ¡Sabia yo que tenia que haberme tomado ayer las uvas!

Después de oír los gritos de júbilo en casa de tu vecino, decides que va siendo hora de echar sutilmente a tu familia (y a Manolo, el de la pescadería). Coges la escoba y les mueles el pescuezo a escobazos hasta que se largan. Tiras lo poco que queda de la comida por la ventana, te acurrucas en el sofá y te duermes viendo la grabación del especial de los mejores momentos de los Morancos. Y cuando ya llevas varias horas placidamente dormido, te despierta el móvil, y cuando lo coges, lo primero que oyes, entre gritos y música a toda leche, es:

-¡Vecino! ¡Feliz año!

Y en ese momento lamentas no haberle dicho a Manolo, el de la pescadería, que se quedase a hacerte compañía.

¡Buenas noches!

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